Nosotros aprovechamos el pan duro sobrante, lo remojamos en leche y después en huevo y a continuación, lo doramos en una sartén con abundante aceite y por supuesto, bien calentito. A veces, sólo remojamos los trozos de pan en huevo, sin hacer uso de la leche, ya que el huevo penetra bastante bien por los agujeritos del pan, quedando las torrijas bastante esponjosas, aunque en un principio pueda parecer lo contrario. De todos modos, a mí personalmente me gusta pasar las torrijas por ambos ingredientes: leche y huevo.
Una vez fritas, servimos las torrijas en una fuente y en vez de azucararlas todas de una vez, ponemos un plato con azúcar, para que cada comensal las reboce, conforme a su gusto.
Sin duda, se trata de un desayuno estrella que nos hacer rememorar y añorar nuestra más tierna infancia. ¡Qué mejor manera de revivirla, que junto a nuestros hijos y con estos platos tan tradicionales y sabrosos! ¡A disfrutar, en familia, se ha dicho!
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