Merienda japonesa

Este verano disfrutando de la lectura del libro de José Luis Sampedro "Sala de espera", me encantó la parte del libro en la que su mujer Olga Lucas contaba evocadores recuerdos de su niñez y me sentí muy identificada con el invento de su madre para suplir la falta de espacio en casa al no tener sillas y mesa para todos los niños que se acercaban a merendar a casa. Yo he encontrado la mantita ideal para mi particular merienda o fiesta japonesa, una manta de Shreck, el personaje de dibujos animados, preferido de mis pequeños cachorrillos, que hemos heredado de los primos, y que por lo visto, fue en su día un regalo de Nesquik. (Tengo todo la filmografía y habré visto cada una de las películas de la saga Shreck cientos de veces). 
En cierto modo, se me esbozó una sonrisa al recordar lo carismática que siempre ha sido mi madre y su capacidad de atraer a todos los chiquillos del vecindario, a mi casa, faltos de cariño por las largas jornadas laborales o la poca implicación de sus padres en la crianza de sus hijos. Por si tenía ella poco con cuatro hijos, era cómo si tuviera seis o siete, porque no sé cómo se las apañaba, pero a parte de los suyos, siempre había algún chiquillo más allí. Yo he heredado de ella esa preocupación por el bienestar de cada persona, siempre que sea buena (muchas veces me equivoco. Este año he desconocido a gente que creía conocer) y resulta ser que mi casa, también es un talismán para los peques, porque jugamos, nos reímos y hacemos un montón de actividades.



Os transcribo el fragmento del libro:


"Mi madre suplía la falta de espacio con el invento de la fiesta japonesa, que hacía las delicias de todos los niños, los de casa, y los invitados. Un día una madre paró por la calle a la mía para preguntarle que era eso de la fiesta japonesa de la que tan entusiasmados habían vuelto su hija y la niña de la vecina. "Muy sencillo", contestó mi madre. "No tengo sitio, mesa y sillas para todos. Extiendo una manta vieja en el suelo, pongo la merienda en el centro, los niños se sientan alrededor y meriendan a la japonesa". Recuerdo que la señora se echó a reír y elogió la imaginación y sobre todo, el coraje de mi madre. Nos adaptábamos bien a las circunstancias y los niños, hartos de sentarse a la mesa todos los días, merendaban y jugaban en el suelo, tan felices". 

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