La música estimula la actividad creativa del hemisferio derecho del cerebro. Tocar un instrumento, aunque sea de juguete es una buena manera de pasar el tiempo. Por lo visto, los silbatos, las trompetas, las flautas y otros instrumentos de viento ayudan a perfeccionar el cierre de los labios, fortalecer los músculos de la lengua y mejorar el desarrollo del habla. De pequeña estudié violín y mi hermana violonchelo y aunque no me he dedicado profesionalmente a ello creo que fue una buena forma de adquirir disciplina y mejor destreza con la manos. Por esta razón, no me desagrada que mis pequeños se interesen por la música.
Mi hija mayor lleva dos años en música y movimiento y su profesora de infantil dice que se le nota mayor expresividad y coordinación en los bailes y canciones del colegio, con respecto a los otros niños, que no van. Encima ahora dice que va estudiar piano como Shizuca, la niña que sale en Doraemon. Ja, ja. Con el poco espacio que tengo yo en casa para un piano de cola...
En mi casa tengo una bolsa de tela con instrumentos musicales: maracas de mádera, crótalos, castañuelas, panderetas, una caja china, silbatos, un órgano, un xilófono, huevos kinder y botellas de actimel que hemos rellenado de granos de arroz y lentejas para fabricar unas maracas caseras. En fin todo lo inimaginable cabe en este saco. Nos saca de muchos ratos de aburrimiento. Lo que todavía no tenemos es un tambor. Todo se andará. En un libro que leí, se decía que los tambores, xilófonos, guitarras, panderetas y pianos y otros instrumentos manuales aumentan la destreza y coordinación y contribuyen a adquirir habilidades motrices básicas y complejas.
En conclusión, creo que debemos ayudar a nuestros hijos a descubrir la emoción de hacer música con sus propias manos: es una magnífica lección de autoestima y resulta ideal para fomentar la creatividad, aprender a llevar el ritmo y explorar patrones rítmicos que son la base para las habilidades del lenguaje.
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