Junto a la alegría, la ira, el miedo, la sorpresa y el asco, la tristeza es una de las emociones básicas con las que nacemos y que nos ayudan a enfrentarnos a la vida. ¡Todas las emociones portan un mensaje! No debemos rechazar esta emoción, sino asumirla como parte de un dolor emocional que tenemos que superar e integrar en nuestra vida, para sanarse. Quiere motivarnos a encontrar una solución a una situación difícil: sentimientos de pérdida, vulnerabilidad, decepciones, rechazos, fracasos, pérdidas, duelos...En algunas familias no se permite estar triste, pero como es una emoción natural e incluso necesaria es importante enseñar al niño formas de gestionarla. Es normal sentirse triste de vez en cuando, pero si la tristeza dura tiempo (por ejemplo, más de dos semanas) podría tratarse de una depresión, y en ese caso, es urgente llevar al niño a un profesional que pueda descartar, o diagnosticar, una depresión o un problema médico. Hazlo también, con naturalidad, si el niño está sometido a una presión psicológica fuerte y piensas que le está costando adaptarse, como en el caso de una pérdida, un duelo, un cambio de circunstancias difícil...Un buen psicólogo puede darte claves útiles para gestionar situaciones complejas.
Cuando los niños aprenden a identificar y gestionar lo que les entristece, están desarrollando su inteligencia emocional.
El psicólogo John Gottman recomienda a los padres y maestros que vean en las emociones más difíciles, como la tristeza, una oportunidad para estrechar lazos con los más pequeños y reforzar una buena comunicación. Define a los adultos como entrenadores emocionales que ayudan al niño a encontrar palabras para expresar sus emociones, ¡pero sin decirle lo que debería sentir!
Para ello: Damos semáforo verde a la emoción, conversamos sin interrupciones y observamos y escuchamos con respeto y cariño, dejando hablar al niño. Eso valida la emoción del niño y le ayuda a confiar en el adulto. Desde ese lugar de cooperación, podemos empezar a hablar y buscar formas para resolverlo. ¡No intentemos solucionar la vida al niño sin contar con él! Empoderarlo significa que le ayudemos poco a poco a solucionar sus retos por sí mismo. Si no estamos seguros de qué recursos concretos tienen el niñ@ para enfrentarse a su tristeza, podemos preguntarle ¿Cómo crees que te sentirías mejor?. Si contesta: "Puedo ir a mi habitación y pensar..., puedo poner música..., puedo leer un libro que me gusta" significa que el niño es consciente de que la gestión de sus emociones no es magia, sino un conjunto de habilidades y recursos. Si no tiene recursos, podemos ayudarle a conseguirlos.
Unos buenos hábitos emocionales frente a la tristeza son:
1. ¡Celebrar el optimismo!
2. Dedicar un tiempo, regularmente, a hablar del mensaje y de la gestión de la tristeza y de los miedos y ansiedades que acompañan a los procesos de cambios. Es importante que los niños comprendan que la tristeza, incluso cuando es intensa, no tiene por qué ser algo extraordinario o anormal, sino una respuesta natural a un evento doloroso o complicado.
3. Enfocar la tristeza o el miedo como una oportunidad para mejorar y dar lo mejor de uno mismo. Los niños, poco a poco, pueden aprender a comportarsed de forma valiente ante la adversidad, en vez de evitar aquello que les asusta y entristece.
4. Empoderar al niño frente a la tristeza. Buscamos oportunidades en casa, en el barrio y en clase para que niñ@ puedan ayudar y mejorar la vida de los demás. Podemos enseñarles, sobre todo a los más empáticos y sensibles, el poder que tienen para ayudar a los demás de forma concreta, con optimismo, sintiéndose útiles, compasivos y empoderados.
5. ¿Y si al niño le cuesta expresar lo que le pone triste? Le podemos proponer escribir una lista de cosas y situaciones que le ponen triste; escribir una lista de los síntomas físicos que le alertan de que se está poniendo triste (llorar, no tener ganas de levantarse una mañana, dolor de cabeza, de tripa...); escribir una lista de pensamientos, imágenes y sentimientos que le vienen a la cabeza cuando imagina que él u otras personas se ponen tristes.
6. Recordar al niño que puede pedir ayuda Teatralizad escenas sencillas en las que practicamos cómo pedir ayuda cuando la necesitamos.
7. Buscar juntos ejemplos de resiliencia, es decir, de superación de obstáculos y retos. Puede tratarse de personas reales o de personajes literarios.
8. ¿Es bueno distraerse de la tristeza? ¡A veces sí que puede ser una buena idea! Por ejemplo, cuando estamos tristones, sin una razón aparente, se crea un caldo de cultivo bioquímico que podemos cambiar a mejor simplemente modificando nuestros pensamientos, con una distracción de signo opuesto a la tristeza: por ejemplo, ayudándole a reir, pasear, llamar a un amigo o familiar, hacer ejercicio, bailar, ver una película divertida...A veces, el niño necesita un tiempo de soledad para recuperarse. Podemos sugerirle que haga algo que le resulte reconfortante, como escuchar música, pasar tiempo con su mascota, visualizar la cara de alguien querido, un paisaje que le guste. Algunas clases disponen de un lugar tranquilo, un rincón de la paz, para este fin.
9. Mimarse es importante Ser amable consigo mismo, cuidarse y ser compasivo, por ejemplo, dándose un baño caliente, echándose una siesta, disfrutando con una taza de chocolate...
10. Hacer un diario de gratitud Nuestro cerebro programado para sobrevivir tiende a fijarse y a memorizar los eventos negativos. Centrarse en los pequeños eventos positivos de cada día entrena nuestro cerebro en positivo.
11. Hacer una lista de palabras y frases tranquilas que los niños pueden usar cuando estén preocupados: "Estoy bien", "Puedo hacer esto", "Esto no es terrible"...Algunos niños se sentirán mejor si apuntan en un papel las razones por las que son capaces de enfrentarse a un reto que les preocupa, o bien por qué esto no es tan terrible, como parece. El adulto puede sentarse con el niño y ayudarle a pensar cinco razones por las que no es tan terrible si no comprendo los deberes, cinco razones por las que estaré bien aunque tenga que entrar en el colegio yo sólo, o cinco razones por las que estar bien aunque alguien me haya dicho algo desagradable.
12. Enseñarles estrategias para calmar físicamente la emoción, por ejemplo, ralentizando la respiración, tanto la inspiración como la espiración.
Al igual que el dolor físico, la tristeza se expresa a través de un lenguaje corporal retraído, inhibición emocional y tal vez llanto. Por ello, es útil que los niños hagan un tristómetro, con el que nos aseguraremos de que reconocen esas señales físicas de la tristeza y practican algunas maneras de aliviarlas. Como Los Atrevidos en el país de los unicornios, de Elsa Punset podemos practicar con nuestros hijos y alumnos una pose poderosa. ¡Pies plantados en tierra y brazos levantados en gesto de victoria como si hubiesen ganado una carrera! Un gesto que tiene un impacto físico y emocional, ya que sube la hormona de la asertividad y baja la del estrés. ¡Nuestro lenguaje corporal es importante y nos ayuda a gestionar las emociones!
No hay comentarios:
Publicar un comentario