Platero y yo

Uno de mis retos lectores para 2018 era leerme un clásico de la literatura que no hubiese leído antes en su totalidad. Y aunque había leído fragmentos parciales de este clásico de la literatura española, nunca había tenido el tiempo ni el placer de leerlo. Me ha encantado esta edición infantil de Anaya, ilustrada por el británico Thomas Doherty, que residió un tiempo en España y ahora vive en Bristol. 
Juan Ramón Jiménez escribe Platero y yo al volver a su pueblo natal, Moguer, después de haber pasado unos años en Madrid. A su regreso, Juan Ramón se encuentra en un estado de salud delicado y su familia atraviesa una mala situación económica tras la muerte de su padre. La visión de un Moguer deteriorado hace que Juan Ramón se distancie de la gente del pueblo y se desilusione. Atrás quedó el Moguer de su infancia. En su aislamiento encuentra la comunicación deseada con Platero, el destinatario de sus pensamientos. 


Platero será el objeto de la exteriorización poética de Juan Ramón, el ser que le mueve a una manifestación lírica, y quien parece entender todo lo que nombra el poeta. Solo con Platero puede compartir su mundo interior, su alma de poeta. Este personaje creado por Juan Ramón, no es un burro concreto, pues como él mismo dice: "En realidad, mi Platero no es un solo burro sino varios, una síntesis de burros plateros. Yo tuve de muchacho y de joven, varios. Todos eran Plateros"


Al estallar la Guerra Civil, Juan Ramón se exilió en EEUU y fue profesor de varias universidades latinoamericanas. En 1956 recibió el Premio Nóbel de Literatura. El libro Platero y yo no es una fábula, sino un libro de poesía o si se prefiere, de prosa poética y, por tanto, conviene leerlo del mismo modo que uno se entrega a los placeres de un día azul o nevado o al asombro de una noche estrellada y silenciosa, esto es con alegría y expectación. El propio autor, en un artículo publicado en la revista Helios con ocasión del tercer centenario de la publicación del Quijote y referido al modo más provechoso de leer la novela de Cervantes, afirmó que "el mejor elogio que se puede hacer de un libro, es apretarlo contra el corazón; tenerlo como una flor, como una fuente, como una mujer; para ayudar al cuerpo a subir a la montaña. Los libros son sólo para dar sueños a la vida"
Me encanta el capítulo del pan para describir sensaciones, olores, estampas cotidianas de su pueblo: Te he dicho Platero, que el alma de Moguer es el vino ¿verdad?. No, el alma de Moguer es el pan. Moguer es igual que un pan de trigo, blanco por dentro, como el migajón y dorado en torno -¡oh sol moreno!-como la blanda corteza. A mediodía , cuando el sol quema más, el pueblo entero empieza a humear y a oler a pino y a pan calentito. A todo el pueblo se le abre la boca. Es como una gran boca que come un gran pan. El pan se entra en todo: en el aceite, en el gazpacho, en el queso y la uva, para dar sabor a beso en el vino, en el caldo, en el jamón, en él mismo, pan con pan. También solo, como la esperanza, o con una ilusión. Los panaderos llegan trotando en sus caballos, se paran en cada puerta entornada, tocan las palmas y gritan: ¡El panadero!...Se oye el duro ruido tierno de los cuarterones que, al caer en los canastos que brazos desnudos levantan, chocan con los bollos, de las hogazas con las roscas...Y los niños pobres llaman, al punto, a las campanillas de las cancelas o a los picaportes de los portones, y lloran largamente hacia adentro: ¡Un poquiiito de paaan!...

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